La escultura barroca es la
denominación historiográfica de las producciones escultóricas de la época
barroca (de comienzos del siglo XVII a mediados del siglo XVIII).
Sus
características generales son:
Naturalismo,
es decir, representación de la naturaleza tal y como es, sin idealizarla.
Integración
en la arquitectura, que proporciona intensidad dramática.
Esquemas
compositivos libres del geometrismo y la proporción equilibrada propia de la
escultura del Renacimiento pleno. La escultura barroca busca el movimiento; se
proyecta dinámicamente hacia afuera con líneas de tensión complejas,
especialmente la helicoidal o serpentinata, y multiplicidad de planos y puntos
de vista. Esta inestabilidad se manifiesta en la inquietud de personajes y
escenas, en la amplitud y ampulosidad de los ropajes, en el contraste de
texturas y superficies, a veces en la inclusión de distintos materiales, todo
lo cual que produce fuertes efectos lumínicos y visuales.
Representación
del desnudo en su estado puro, como una acción congelada, conseguido mediante
una composición asimétrica, donde predominan las diagonales y serpentinatas,
las poses sesgadas y oblicuas, el escorzo y los contornos difusos e
intermitentes, que dirigen la obra hacia el espectador con gran expresividad.
A pesar de
la identificación del Barroco con un "arte de la Contrarreforma",
adecuado al sentimiento de la devoción popular, la escultura barroca, incluso
en los países católicos, tuvo una gran pluralidad de temas (religiosos,
funerarios, mitológicos, retratos, etc.)
La
manifestación principal es la estatuaria, utilizada para la ornamentación de
espacios interiores y exteriores de los edificios, así como de los espacios
abiertos, tanto privados (jardines) como públicos (plazas). Las fuentes fueron
un tipo escultórico que se acomodó muy bien con el estilo barroco.
Particularmente en España, tuvieron un extraordinario desarrollo la imaginería
y los retablos. adquirió el
mismo carácter dinámico, sinuoso, expresivo, ornamental, que la arquitectura
—con la que llegará a una perfecta simbiosis sobre todo en edificios
religiosos—, destacando el movimiento y la expresión, partiendo de una base
naturalista pero deformada a capricho del artista. La evolución de la escultura
no fue uniforme en todos los países, ya que en ámbitos como España y Alemania,
donde el arte gótico había tenido mucho asentamiento —especialmente en la
imaginería religiosa—, aún pervivían ciertas formas estilísticas de la
tradición local, mientras que en países donde el Renacimiento había supuesto la
implantación de las formas clásicas (Italia y Francia) la perduración de estas
es más acentuada. Por temática, junto a la religiosa tuvo bastante importancia
la mitológica, sobre todo en palacios, fuentes y jardines.
En Italia destacó nuevamente Gian
Lorenzo Bernini, escultor de formación aunque trabajase como arquitecto por
encargo de varios papas. Influido por la escultura helenística —que en Roma
podía estudiar a la perfección gracias a las colecciones arqueológicas papales—,
logró una gran maestría en la expresión del movimiento, en la fijación de la
acción parada en el tiempo. Fue autor de obras tan relevantes como Eneas,
Anquises y Ascanio huyendo de Troya (1618-1619), El rapto de Proserpina
(1621-1622), Apolo y Dafne(1622-1625), David lanzando su honda (1623-1624), el
Sepulcro de Urbano VIII (1628-1647), Éxtasis de Santa Teresa(1644-1652), la
Fuente de los Cuatro Ríos en Piazza Navona (1648-1651) y Muerte de la beata
Ludovica Albertoni (1671-1674).58 Otros escultores de la época fueron: Stefano
Maderno, a caballo entre el Manierismo y el Barroco (Santa Cecilia, 1600);
François Duquesnoy, flamenco de nacimiento pero activo en Roma (San Andrés,
1629-1633); Alessandro Algardi, formado en la escuela boloñesa, de corte
clásico (Decapitación de San Pablo, 1641-1647; El papa San León deteniendo a
Atila, 1646-1653); y Ercole Ferrata, discípulo de Bernini (La muerte en la
hoguera de Santa Inés, 1660).
En Francia la escultura fue
heredera del clasicismo renacentista, con preeminencia del aspecto decorativo y
cortesano, y de la temática mitológica. Jacques Sarrazin se formó en Roma,
donde estudió la escultura clásica y la obra de Miguel Ángel, cuya influencia
se trasluce en sus Cariátides del Pavillon de l'Horloge del Louvre (1636). François
Girardon trabajó en la decoración de Versalles, y es recordado por su Mausoleo
del Cardenal Richelieu (1675-1694) y por el grupo de Apolo y las Ninfas de
Versalles (1666-1675), inspirado en el Apolo de Belvedere de Leócares (circa
330 a. C.-300 a. C.). Antoine Coysevox también participó en el proyecto
versallesco, y entre su producción destaca la Glorificación de Luis XIV en el
Salón de la Guerra de Versalles (1678) y el Mausoleo de Mazarino (1689-1693).
Pierre Puget fue el más original de los escultores franceses de la época,
aunque no trabajó en París, y su gusto por el dramatismo y el movimiento
violento le alejaron del clasicismo de su entorno: Milón de Crotona
(1671-1682), inspirada en el Laocoonte.
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Milón de Crotona (1671-1682), de Pierre Puget, Museo del Louvre, París.
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En España perduró la imaginería religiosa de herencia
gótica, generalmente en madera policromada —a veces con el añadido de ropajes
auténticos—, presente o bien en retablos o bien en figura exenta. Se suelen
distinguir en una primera fase dos escuelas: la castellana, centrada en Madrid
y Valladolid, donde destaca Gregorio Fernández, que evoluciona de un manierismo
de influencia juniana a un cierto naturalismo (Cristo yacente, 1614; Bautismo
de Cristo, 1630), y Manuel Pereira, de corte más clásico (San Bruno, 1652); en
la escuela andaluza, activa en Sevilla y Granada, destacan: Juan Martínez
Montañés, con un estilo clasicista y figuras que denotan un detallado estudio
anatómico (Cristo crucificado, 1603; Inmaculada Concepción, 1628-1631); su
discípulo Juan de Mesa, más dramático que el maestro (Jesús del Gran Poder,
1620); Alonso Cano, también discípulo de Montañés, y como él de un contenido
clasicismo (Inmaculada Concepción, 1655; San Antonio de Padua, 1660-1665); y
Pedro de Mena, discípulo de Cano, con un estilo sobrio pero expresivo
(Magdalena penitente, 1664). Desde mediados de siglo se produce el «pleno
barroco», con una fuerte influencia berniniana, con figuras como Pedro Roldán
(Retablo Mayor del Hospital de la Caridad de Sevilla, 1674) y Pedro Duque
Cornejo (Sillería del coro de la Catedral de Córdoba, 1748). Ya en el siglo
XVIII destacó la escuela levantina en Murcia y Valencia, con nombres como
Ignacio Vergara o Nicolás de Bussi, y la figura principal de Francisco
Salzillo, con un estilo sensible y delicado que apunta al rococó (Oración del
Huerto, 1754; Prendimiento, 1763).61
En Alemania meridional y Austria la escultura tuvo un gran
auge en el siglo XVII gracias al impulso contrarreformista, tras la anterior
iconoclasia protestante. En un principio las obras más relevantes fueron
encargadas a artistas holandeses, como Adriaen de Vries (Aflicción de Cristo,
1607). Como nombres alemanes cabe destacar a: Hans Krumper (Patrona Bavariae,
1615); Hans Reichle, discípulo de Giambologna (coro y grupo de La Crucifixión de
la Catedral de San Ulrico y Santa Afra de Augsburgo, 1605); Georg Petel (Ecce
Homo, 1630); Justus Glesker (Grupo de la Crucifixión, 1648-1649); y el también
arquitecto Andreas Schlüter, que recibe la influencia berniniana (Estatua
ecuestre del Gran Elector Federico Guillermo I de Brandemburgo, 1689-1703). En
Inglaterra se combinó la influencia italiana, presente especialmente en el
dinámico dramatismo de los monumentos funerarios, y la francesa, cuyo
clasicismo es más apropiado para las estatuas y los retratos. El escultor
inglés más importante de la época fue Nicholas Stone, formado en Holanda, autor
de monumentos funerarios como el de Lady Elisabeth Carey (1617-1618) o el de
sir William Curle (1617).62
En los Países Bajos la escultura barroca se limitó a un
único nombre de fama internacional, el también arquitecto Hendrik de Keyser,
formado en el manierismo italiano (Monumento funerario de Guillermo I,
1614-1622). En Flandes en cambio sí surgieron numerosos escultores, muchos de
los cuales se instalaron en el país vecino, como Artus Quellinus, autor de la
decoración escultórica del Ayuntamiento de Ámsterdam. Otros escultores
flamencos fueron: Lukas Fayd'herbe (Tumba del arzobispo André Cruesen, 1666);
Rombout Verhulst (Tumba de Johan Polyander van Kerchoven, 1663); y Hendrik
Frans Verbruggen (Púlpito de la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula de
Bruselas, 1695-1699).63
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Apolo y Dafne (1622-1625), de Gian Lorenzo Bernini, Galería Borghese, Roma. |
En América destacó la obra escultórica
desarrollada en Lima, con autores como el catalán Pedro de Noguera,
inicialmente de estilo manierista, que evolucionó hacia el Barroco en obras
como la sillería de la Catedral de Lima; el vallisoletano Gomes Hernández
Galván, autor de las Tablas de la Catedral; Juan Bautista Vásquez, autor de una
escultura de la Virgen conocida como La Rectora, actualmente en el Instituto
Riva-Agüero; y Diego Rodrigues, autor de la imagen de la Virgen de Copacabana
en el Santuario homónimo del Distrito del Rímac de Lima. En México destacó el
zamorano Jerónimo de Balbás, autor del Retablo de los Reyes de la Catedral Metropolitana
de la Ciudad de México. En Ecuador destacó la escuela quiteña, representada por
Bernardo de Legarda y Manuel Chili (apodado Caspicara). En Brasil destacó
nuevamente la figura del Aleijadinho, que se encargó de la decoración
escultórica de sus proyectos arquitectónicos, como la iglesia de São Francisco
de Assis en Ouro Preto, donde realizó las esculturas de la fachada, el púlpito
y el altar; o el Santuario del Buen Jesús de Congonhas, donde destacan
las figuras de los doce profetas.